Tendencias en la guerra ruso-ucraniana y en sus consecuencias para Europa

1. De acción de castigo y posicional a una guerra existencial, o por la supervivencia.

La arriesgada acción rusa contra el gobierno de Ucrania parece haber franqueado el paso de una mera acción de castigo y básicamente posicional, orientada a reforzar la protección de las regiones de Crimea y de Donbass (ésta última sometida a una guerra de baja intensidad por parte de Ucrania desde 2014), a una verdadera guerra en la que tanto Ucrania como Rusia podrían estar jugándose su propia existencia política. Al menos en la forma en que esa existencia ha sido conocida hasta ahora: esto es, en el modelo de régimen político neo-nacionalista posterior al golpe de Maidán en Ucrania o en el sistema político que desde hace ya varias décadas lidera Vladimir Putin en la multicultural Federación Rusa.

Este escenario de guerra existencial es el resultado de tres líneas de desarrollo bélico diferenciadas. Por una parte, una vez iniciada, la acción militar de represalia rusa carecería de sentido último si Rusia no consigue alcanzar, aunque fuera de manera precaria, sus objetivos esenciales de seguridad: garantizar la vida propia de Donbass y Crimea, prevenir la amenaza de extensión de la OTAN y limitar el riesgo asociado a la agresividad político-militar de Ucrania (y de los vecinos llamados a formar parte de la coalición Intermarium).

La segunda es la esperada resistencia bélica de Ucrania. Un país que, desde 2014, ha optado por la estrategia de reforzamiento militar frente a Rusia y que, lejos de buscar algún acomodo en las cuestiones de Crimea y del Donbass, no renuncia a su visión nacionalista de estado unitario y de concepción nacional construida en torno a un imaginario en el que el enemigo natural y esencial se asocia al llamado mundo ruso. Lo observado en las zonas fronterizas con el Donbass, no sólo en Mariupol, pone de manifiesto que Ucrania en ningún caso está dispuesta a renunciar a aquella región. Su ejército parece dispuesto a luchar hasta el final, signifique todo ello la victoria o la prácticamente total capitulación.

La tercera línea de confrontación es la política desarrollada por los países de la OTAN y sus aliados, centrada en sanciones propias de una guerra económica contra Rusia que vienen acompañadas del envío masivo de armas letales ofensivas a Ucrania y de apoyo logístico y de inteligencia en el desarrollo de la guerra.

En ese contexto, lo esperable de Rusia es un reforzamiento de su acción bélica para tratar de imponer sus condiciones en Ucrania e intentar volver lo antes posible a la normalidad económica. Puede sin duda optar por consolidar sus posiciones en el este de Ucrania, en particular si refuerza territorialmente su avance en el Donbass, y tratar de negociar a partir de esa base. Pero, si se tratara de una posición precaria, sujeta al mantenimiento de las sanciones y a fases recurrentes de contrataque ucraniano, apoyado desde Occidente, esto supondría alargar el actual escenario ofensivo contra Rusia, con todos los costes sociales y económicos asociados. La desestabilización política a largo plazo de la Federación Rusa sería una de las consecuencias. Una de las principales bazas, por cierto, para una salida favorable para el régimen nacionalista ucraniano y las principales potencias que apuestan por esa dinámica.

La intensificación de las acciones bélicas en el este de Ucrania, y quizás en el área en torno a Kiev, constituyen por tanto el escenario esperable, sin que se observen iniciativas desde Occidente que pudieran limitar este desarrollo. Antes, al contrario, la consolidación de una dinámica que pudiera desembocar en la caída de la estructura político-económica de la Rusia de Putin es, por ahora, el objetivo estratégico fundamental aparente de Estados Unidos, Reino Unido y gran parte de los agentes políticos de peso dentro de la Unión Europea.

El impulso de la acción rusa supone, sin embargo, una mayor amenaza para Ucrania. Una potencial capitulación, en circunstancias de duro castigo a Rusia, podría llegar a tener un precio superior a la pérdida de Crimea y el Donbass y la imposición de la neutralidad. Zelensky no sólo se juega la victoria, también la propia existencia de su país.

Todo ello lleva a un progresivo acercamiento a un contexto de guerra por la supervivencia en la consideración de la situación por parte de Rusia y Ucrania. Esto es, a una situación de guerra total.

2. Las consecuencias de la guerra en Europa

Es demasiado pronto para valorar las consecuencias que podría conllevar el mantenimiento del escenario bélico o la posible victoria final de Rusia en esta guerra. Pero, salvo que Estados Unidos y sus aliados consigan la caída de Putin o una derrota sustancial de la Federación Rusa en Ucrania, las tendencias que se observan indican un cambio de rumbo sustancial para Europa. Algunas de esas principales tendencias pueden resumirse en los siguientes puntos:

a) Autarquía energética y nacional-estatalismo.

El proyecto voluntarista de transición energética acelerada en Europa marcará sin duda el futuro de nuestros países. Este proyecto supone, de facto, una apuesta autárquica en la producción de energía de forma que se elimine cualquier dependencia sustancial de agentes políticos ajenos, no tanto a Europa, como a la esfera occidental.

En el marco de ese proyecto, los principales países trabajarán por encontrar fórmulas específicas de independencia energética y, al mismo tiempo, por reforzar sus posiciones estatales. Así, la básica autonomía de Estados Unidos, a través del gas y el petróleo, tratará de compensarse en países dependientes a través de otras vías. Mientras los países ligados al eje central alemán se orientarán a buscar fuentes “limpias” de suministro de gas y a reforzar la producción de renovables, la política francesa se dirigirá a reforzar la producción de energía nuclear.

En cualquier caso, tanto por la necesidad de limitar los costes sociales de esta transición de dimensión autárquica como por la voluntad de reforzar la autonomía nacional energética, la acción de los estados requerirá un reforzamiento de su acción política y económica. Aunque se mantendrán las grandes alianzas, dentro de ellas el reforzamiento de los objetivos nacionales ganará peso. El nuevo discurso político de Emmanuel Macron es un ejemplo de ese impulso neo-nacionalista en los grandes países europeos. No afectará a los modos básicos de producción, pero sí a las pretensiones de planificación y regulación estatal.

b) Reforzamiento autoritario de la línea nacional-estatal, en particular en la dimensión político-ideológica.

El reforzamiento político y económico del estado, en una situación de confrontación económica estratégica con otras potencias, grandes o medias, como China o Rusia, llevará probablemente a un endurecimiento del discurso y de la legislación interna de los estados. Las medidas adoptadas en estas últimas semanas en términos de control de medios, sanciones institucionales, pero también personales, y culpabilización de determinadas políticas u opiniones muestran el riesgo asociado a la consolidación del nacional-estatalismo en Europa. Aunque esa forma de nacional-estatalismo pueda eventualmente traducirse en la consolidación del ”estado” europeo que podría suponer la UE.

El mayor riesgo en esta dinámica es que se traduzca en un cierre político-ideológico que, de facto, limite de forma sustancial las libertades democráticas de la población. Es un riesgo mayor de lo que hoy parece considerarse, en especial en los países menos centrales de Occidente. No puede olvidarse que las garantías liberales se relajan cuando existe riesgo de desestabilización o autonomización de los países menos funcionalmente integrados en el sistema político-económico occidental.

El recuerdo de las distintas versiones del fascismo o autoritarismo tolerado por las instituciones europeas en los años 40 a 70 de la pasada década deberían acentuar la prevención ante lo que está ocurriendo en Europa.

c) Desglobalización y deterioro de las condiciones de vida.

El escenario de autarquía que se nos propone, de base energética, pero con dimensiones que irán mucho más allá, en especial en el ámbito de la industria, supondrá renunciar en parte al modelo de alto crecimiento que había venido asociado a la globalización. Los costes asociados a esa autarquía, ya plenamente evidentes en términos de inflación, tendrán graves consecuencias para los grupos más desfavorecidos y para quienes dependan de la protección y acción del estado. En circunstancias en las que la financiación de las administraciones públicas estuviera en riesgo, el riesgo de precariedad social podría llegar a acentuarse de forma sustancial.

d) Reformulación de los polos de poder y de las alianzas internas dentro del bloque occidental, con una precarización de la posición de liderazgo de Alemania.

La unanimidad de la acción económica contra Rusia, y la esencial apuesta por la autarquía energética de Europa, al margen de Rusia y de Oriente Próximo, no debe hacer olvidar la existencia de muy diferentes intereses ente los distintos estados de Occidente.

Mientras la pretensión de reforzamiento del liderazgo estadounidense seguirá constituyendo el elemento central de configuración del área occidental, algunos elementos nuevos podrían sin embargo contribuir a matizarlo. Uno de ellos se vincula al proyecto estatal autónomo del Reino Unido, capaz de enlazar aparentemente, a modo de alianza, con la tentación Intermarium en el este de Europa. Otro proyecto aparentemente autónomo se vincula a preferencia nuclear de Francia.

La actual crisis descoloca sobre todo a Alemania, la potencia más interesada en consolidar una Unión Europea que, en materia industrial y económica, había sido hasta ahora impensable al margen de los intereses y diseños de Bonn y de Berlín.

e) En el caso español, sin renunciar a la relación hispano-alemana, alineamiento prácticamente total con la estrategia político-económica de Estados Unidos.

Como siempre, en este marco de crisis, uno de los estados con mayores dificultades de adaptación será España. Desindustrializada en términos comparativos, afectada por un alto nivel de endeudamiento, y todavía con grandes bolsas de pobreza y ausencia de bienestar en muchos grupos y regiones, las consecuencias sociales de la autarquía energética y de la relativa desglobalización, España sufrirá de nuevo de forma diferencial las consecuencias sociales de la crisis. O, por ser más precisos, la parte más precaria y dependiente del estado en nuestro país será la que se enfrente a la posición comparativamente más débil de nuestra economía.

A pesar de ese riesgo mayor, lejos de contribuir a prevenir un escenario muy costoso para ella, España ha renunciado a cualquier proyecto, no ya soberano, sino meramente autónomo, en el marco de la actual crisis. Su posición, en realidad, ha sido la de un total alineamiento con la estrategia de Estados Unidos. Hasta el punto de renunciar a su responsabilidad en el caso del Sáhara.

Tras la crisis financiera de 2008, la pandemia COVID de 2020-2021, España se adentra con ello en una nueva crisis de consecuencias indeterminadas.

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